“Necesitamos que la gente pueda acceder al libro”

La porteña calle Corrientes fue históricamente conocida por su vitalidad cultural. Las librerías siguen delineando el paisaje de una de las zonas de la ciudad con más circulación a toda hora. Una de las referencias ineludibles es Librería Hernández, que luego de más de sesenta años de historia continúa batallando desde una identidad definida. Para conocer mejor su mirada sobre la situación del libro en nuestro país y el rol de las librerías, hablamos con Ecequiel Leder Kremer, su titular.

-¿Cómo comenzó Hernández?

-Luego de trabajar en Emecé y armar la editorial y distribuidora DER durante la década del cincuenta, Damián Carlos Hernández abrió su primera librería en Corrientes al 1300, que tiempo después se trasladó a donde estamos hoy, Corrientes 1436. Luego de más de sesenta años, conservamos la estructura de empresa familiar, generalista, pero que mantiene una identidad. Nosotros trabajamos toda la producción bibliográfica que está en Argentina: literatura, ensayo, arte, humanidades, psicología, política, historia, con énfasis en la literatura argentina, latinoamericana y en los clásicos. Nos gusta tener varias traducciones de un texto clásico. Como nuestro local principal es muy grande, podemos apostar a una cantidad de títulos importante. Si a esto le sumamos la incorporación de tecnología, podemos tener una suerte de sintonía fina, de -monitorear los libros de venta de punta, y aquellos de rotación más lenta.

-En toda la historia de la librería ¿Qué períodos fueron más difíciles?

Cuando fue el Golpe del 76, Hernández debió exiliarse en Uruguay. Aquí, para preservarlos de la dictadura, se trató de esconder muchos libros publicados por editoriales de pensamiento crítico, como Anteo –vinculada al Partido Comunista Argentino-, al Centro Editor de América Latina y a EUDEBA. Buena parte de eso trató de preservarse en el sótano de la librería, pero en determinado momento la dictadura se llevó buena parte de esos libros. Supongo que los habrán quemado en las montañas de libros que prendieron fuego. Por suerte, una parte de eso subsistió. De hecho, todavía hoy tenemos algunas de aquellas ediciones. De alguna manera, creo que la preservación de la memoria es inherente al oficio del librero, sobre todo aquel que cuida el fondo y se identifica con parte del material que vende, y no sólo tiene el parámetro de la rotación para recibir lo nuevo. Es común en las librerías argentinas de fondo encontrar gente que cuida y preserva lo que trabaja, aún desde los vaivenes de lo comercial. Me parece uno de los mejores aportes que hacemos los libreros al tejido social y cultural. Acá, de alguna manera, pasó eso. La acción de la dictadura fue terrible para todos. Hernández estuvo clausurada y tuvo a su director preso. Muchas librerías, autores y editoriales fueron blancos de la persecución.

-Más allá de la Dictaduras, ¿qué otro momento fue difícil para la actividad librera?

-El momento económico más complejo fue la crisis del 2001, porque no teníamos perspectiva. Fue una situación de anomia económica, pero de duración más contenida en el tiempo. El otro gran momento de dificultades es el actual, donde tenemos niveles de venta que compiten entre los más bajos de nuestra historia. Nosotros tratamos de ser creativos, tener los títulos que nos piden, mejorar nuestra atención al público, preservar y conservar a nuestros clientes y reforzar nuestras ventas en internet, pero el problema hoy afecta a la matriz de consumo. El aumento de los servicios públicos, los impuestos y los alquileres ha sido tan alto que los recursos que en otras épocas la población podía destinar a la cultura, hoy los tiene que direccionar ahí. Así es muy difícil remontar la situación, porque a nosotros, en tanto comerciantes, mientras nos bajan las ventas en una pendiente pronunciada, nos suben los mismos servicios e impuestos que al resto de la población. Estamos en una batalla muy desigual, a la que no se le ve final del túnel, ni brotes verdes , ni segundo semestre… Creo que no  hay solución si no cambia el plan económico.

-Aparte de las condiciones más generales que implican una caída del consumo, ¿qué medidas específicas hacen falta para el sector?

-Respecto del año pasado, cuando hicimos la Campaña SOS Libro, las cosas han empeorado. Ni siquiera nos mantuvimos en esos niveles. Las ventas siguen bajando, y los costos de gestión siguen subiendo. Hoy estamos “SOS x 2”. Creo que en un país como Argentina –con un sustrato cultural importante, que genera demanda de libros-, si mejora la capacidad de consumo de la población, la situación del libro mejora. En nuestro país hay educación pública, bienes culturales, debate, una gran riqueza en la producción bibliográfica editorial y un importante canal de librerías. Todos estos son datos singulares en el contexto latinoamericano. En la medida que eso se mantenga –no está garantizado si seguimos así-, y mejora la capacidad de consumo, van a mejorar los niveles de circulación del libro. Otra forma de apoyar al libro y la lectura es el sostén de la educación pública, para que ningún chico quede afuera de la escuela, ni le falte un libro, y para que los docentes tengan tiempo de leer. La lectura es una práctica adquirida desde lo imitativo. Si los chicos ven que nadie en su contexto lee, es más difícil que incorpores el libro en la cotidianeidad.

-Más allá del contexto argentino, por los cambios tecnológicos, ¿hay cambios en el consumo hacia el libro digital o por internet?

-Yo no veo un desplazamiento en la Argentina hacia el libro digital. Sí hay mucha lectura en pantalla, pero creo que, cuando es posible, los lectores siguen prefiriendo el papel. Esto sucede aún con los más jóvenes, porque prefieren “salir” por un rato de las distintas pantallas (teléfono, Tablet, notebook, PC). El papel es como un oasis, tiene un valor adicional. Por otra parte, creo que el negocio del libro es también en papel. El libro digital es un subnegocio del libro papel, aunque aumentaron los registros ISBN de versiones digitales, porque muchas editoriales registran las dos versiones al mismo tiempo. Esto no quiere decir que ese crecimiento sea acompañado por un incremento en los consumos. Crece, pero con un techo bastante concreto. Esto me alegra porque siento que el negocio del libro papel es más independiente de las grandes empresas de la tecnología y la comunicación. Un pequeño editor, un pequeño imprentero, y un pequeño librero pueden generar un circuito de trabajo. No sé si en el libro digital esto es posible. Los libreros todavía somos dueños de nuestras vidrieras, que son nuestra propuesta al lector. Exhibir en internet es en principio absolutamente libre, pero en la práctica resulta más dificultoso para quienes no son hegemónicos. Por supuesto, hay casos de éxito. Se pueden desarrollar campañas en Facebook, comprar publicidad, obtener muchos “Me gusta”, pero creo que ahí hay mucha venta de humo. Los libreros no vivimos de los likes, sino de vender libros, y los likes tampoco necesariamente son lecturas. Una cosa es un like, y otra es abrir un libro.

-Decís que como librero son dueños de sus vidrieras. El año pasado tuvieron un episodio con Ceferino Reato, quien se molestó porque su libro no estaba exhibido.

-Sí, se molestó por eso. Nosotros trabajamos con muchas editoriales. De un modo genuino, el editor siempre pide exhibición de sus libros. Nosotros, que tenemos un criterio amplio de exhibición, tenemos títulos de gente como Reato, pero elegimos no ponerlos en vidriera, ni destacarlos en mesa. Están disponibles si alguien no lo encuentra en el estante, se lo puede pedir al vendedor, quien inmediatamente le señalará el sector dónde está o se lo alcanzará. Nos reservamos el derecho de tomar decisiones sobre aquellas cosas que destacamos, en vidrieras y mesas. Esto no quiere decir que tengamos una tarea quirúrgica con todos los libros, y que sean meticulosamente seleccionados. En ese momento, Reato entró y no encontró su libro en la mesa. No quiere decir que nunca hayamos tenido un libro de él en la mesa. Ahora, si me preguntan qué pienso de Reato, digo que no me gusta. Tengo derecho a que no me guste, y ese derecho debo defenderlo. La entrevista a Videla la hizo desde un lugar que no comparto. Creo que los libreros nunca deberíamos perder la capacidad para decidir algunas cosas de nuestra gestión cotidiana, sea la selección de catálogos que hacemos, o lo que destacamos. Está muy bien que las librerías tengan su identidad. Nosotros nos identificamos con el rechazo a las dictaduras y gobiernos autoritarios, y con apoyo a las políticas de Derechos Humanos. En la defensa cotidiana, cada uno aporta lo que considera valioso desde su lugar. El nuestro es el de libreros.

-Algunas ya las marcaste, pero ¿qué estrategias tienen para sobrevivir hoy?

-La completitud, la administración meticulosa del stock, el seguimiento de los libros, la preocupación porque determinados sectores temáticos se enriquezcan permanentemente, por no tener las novedades solamente, sino también los de fondo que se van agotando. También nos interesa tener gente lectora en la gestión cotidiana en el salón de ventas, que pueda compartir una lectura con quienes visitan el local para hacer una compra. También tenemos una página web, muy utilizada por nuestros clientes. En muchos casos la usan como especie de pre recorrido de la librería para indagar sobre algún título, su precio, títulos relacionados, y luego vienen con la compra casi decidida. También estamos en plataformas de venta masiva, como Mercado Libre.

-¿Qué consejos darías a alguien que quiere abrir una librería?

-Para abrir una librería, este es un momento complejo, pero hay que ver bajo qué condiciones, con qué resto económico, posicionamiento y ubicación. Hacer una inversión absoluta del propio capital es una cosa, y otra es si quien lo hace, tiene una capacidad económica holgada, un local propio, bien ubicado, por ejemplo. Nadie debe abrir una librería pensándolo sólo en términos de negocio. Cuando se abre un comercio como este, buena parte del rédito debe estar en el placer de ser librero: estar con libros, compartir lecturas y recomendar, entre otras cosas. Si eso no ocurre, no pongas una librería.

-¿Y para quienes ya están en la actividad?

-Mi consejo es resistir como sea, sobrevivir. Nosotros hemos tenido evoluciones cíclicas, tuvimos períodos más difíciles y otros de mayor bonanza económica. El sector del libro venía de una situación buena, porque había niveles de consumo importantes, y el Estado compraba libros. Eso es muy importante para el sector. Es muy difícil que un país tenga una industria editorial floreciente si el Estado no desarrolla políticas activas para eso, como por ejemplo, la compra y distribución de libros gratuitamente en las poblaciones escolares. Esto ha menguado, o el Estado ya no lo hace. Así, se empobrecen las editoriales, y repercute sobre las librerías. De todas formas, pese a que se desacelera el ritmo de edición, se siguen produciendo muchos títulos. Creo que la perspectiva debe ser la de resistir. ¿Hasta cuándo podemos hacerlo? Algunos editores dicen que los mejores años fueron 2013 y 2014. Desde 2015 en adelante, la actividad cayó. Es de esperar que el libro siga siendo un objeto interesante. Necesitamos que la gente esté en condiciones de acceder al libro. Esto implica que tengan trabajo, y que les permita ganar un dinero que, después de pagar los gastos esenciales, pueda comprar un libro también.

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