Sobre el derecho a exhibir

La última semana se desató una polémica en el mundo del libro a partir de la denuncia que Ceferino Reato hizo en Infobae a la Librería Hernández por no exhibir su último libro. La respuesta no se hizo esperar, y Ecequiel Leder Kremer y Ana María Hernández volcaron sus argumentos en Página12 en defensa de su libertad para determinar cómo exhibir los títulos que reciben. A continuación compartimos ambos artículos, y esperamos que continúe el debate.

Dicen que cayó la venta, pero esconden libros “molestos”

Por qué una conocida librería de la avenida Corrientes no exhibe “Salvo que me muera antes”

Por Ceferino Reato 

Por un lado, lagrimean por la caída en el consumo de libros; por el otro, no se ocupan de vender ciertos títulos, a los que no exhiben ni en la vidriera ni en las mesas de sus locales. Los venden, pero solo si el lector los pide especialmente; entonces, el empleado busca detrás del mostrador o llama al depósito. Y aparece el ejemplar.No es censura, aunque tiene un parecido de familia en el respeto más bien escaso por el pluralismo y la tolerancia.

Es como si un kiosco de diarios exhibiera el domingo solo Clarín, La Nación y Perfil y escondiera Página 12 y Tiempo Argentino, o al revés.

O como si los locales de Cúspide —que pertenecen al Grupo Clarín— escondieran los libros de Víctor Hugo Morales.

Seguramente, a esos libreros tan selectivos les gustaría que solo se leyera a ciertos autores; uno podría pensar que vivirían mejor en los regímenes autoritarios que destruyen ese tipo de libros y apalean a los indeseables que osan escribirlos.

Me ocurrió esta semana, el martes al mediodía.

“Tenemos el libro, pero es un libro que se pide en la caja”, me informó la vendedora del local de Librería Hernández ubicado en la avenida Corrientes 1311. “¿Por qué?”, le pregunté. “Porque es de los libros que se piden en la caja, detrás del mostrador”, señaló.

Andaba a la búsqueda de otro libro cuando entré a ese local, muy grato para mí en otra época, en los ochenta, cuando allí funcionaba una de las librerías Fausto; yo trabajaba justo en el local de enfrente.

Me sorprendió que mi último libro, Salvo que me muera antes, recién salido y al tope en el ranking de ventas, no estuviera en ninguna mesa.

Así que fui a pedírselo a la cajera, que me pareció la encargada del local. Por lo menos, hablaba como tal. Buscó detrás de unas bolsas y encontró un ejemplar. Le pregunté por qué no lo ponía a la vista, como al resto de los libros: “Exhibo los libros que quiero, pero si vienen y me lo piden, lo vendo”, me contestó.

No hizo falta que le dijera que yo era el autor: “No voy a discutir con usted”, se atajó. “No quiero discutir; solo me interesa entender por qué no quiere vender un libro si su negocio es vender libros”, le dije. “Pero, yo no voy a discutir”, me cortó.

Ni siquiera varió su módica línea discursiva cuando le dije: “Ojo que yo no estoy a favor de la grieta”. Ya me había catalogado como un enemigo, parada delante de carteles que recordaban a “los 30 mil desaparecidos” de la dictadura.

Como hago siempre cuando ando por esa zona, crucé la avenida, y entré al local de Cúspide, en Corrientes 1316. Allí funcionaba el local de Fausto donde yo trabajaba, junto con notables y generosos libreros como Pedro, Carlitos, Horacio; todos nombres que en el sector no necesitan apellidos.

Obviamente, mi nuevo libro estaba en la mesa de novedades, junto con muchos otros, como el de Víctor Hugo sobre Papel Prensa. ¿Podía ser de otra manera?

Caminé una cuadra y entré al otro local de Hernández. Salvo que me muera antes tampoco estaba allí a la vista. Busqué al vendedor que me pareció el más experimentado y se lo pedí; llamó al depósito y al rato apareció un empleado con una decena de ejemplares.

—¿Por qué no lo exhibe en una mesa —quise saber.
—¿Lo va a llevar o no?
—Es que soy el autor y me gustaría saber por qué no le interesa venderlo.
—Yo no voy a discutir con usted.
—Mire, mejor le aviso a la editorial, así ellos no pierden el tiempo enviándole el libro ni usted pierde su tiempo recibiéndolo.
—Si me lo piden, lo busco y lo vendo —me contestó repitiendo el discurso de su colega de Corrientes 1311.

Es curioso: fue alguien de Librería Hernández, Ezequiel Lederkremer, quien el 17 de marzo de este año, horas antes del evento llamado “La noche de las librerías”, lamentó la caída en las ventas.

“Las ventas bajaron casi un 20% el último año y medio. Cuando merma el poder adquisitivo, el libro, que no es un consumo prioritario, se deja de comprar”, señaló Lederkremer al diario El Cronista hace apenas cinco meses.

A veces, la intolerancia desafía hasta el bolsillo.

Fuente: Infobae

El derecho a elegir

El martes 15 de agosto en horas del mediodía recibimos la visita del señor Ceferino Reato, quien se mostró molesto por no encontrar su último libro exhibido en nuestras librerías. Al parecer ello motivó una nota de Reato en Infobae, “Dicen que cayó la venta, pero esconden libros ‘molestos’”.

Al respecto creemos pertinentes algunas reflexiones: Somos una librería familiar que ha sufrido clausura, persecución y exilio de su fundador durante la dictadura cívico-militar del 76. Muchos amigos, autores, editores, clientes, lectores en definitiva, fueron perseguidos o asesinados durante ese período. No vamos a narrar acá los horrores de la dictadura, porque son conocidos, porque sus ejecutores han sido y están siendo juzgados y porque han sido narrados en muchos libros durante estos últimos 40 años. A pesar de todo esto nos reconstituimos y seguimos practicando el oficio librero, lo hacemos con amplitud y respeto por casi todos los pensamientos políticos y filosóficos de los miles de autores que ofrecemos y de las personas que diariamente nos visitan; somos una de las librerías más bibliodiversas de habla hispana, tenemos en nuestros locales más de 60 mil títulos a la venta de pequeñas, medianas y grandes editoriales, incluidos los del señor Reato.

Dicho esto, señalaremos entonces que pese al lugar común de algunos egos autorales, “como no van a tener mi libro en vidriera, es imprescindible”, no nos es posible exhibir todo, a un ritmo de más de 1000 títulos nuevos por mes. Somos respetuosos del pluralismo porque esa es en parte nuestra tarea. Defender los derechos de todos en el acceso al conocimiento y la expresión, al menos en lo que al campo editorial se refiere. Y esa defensa no necesita de “tolerancia”, pseudo virtud con la que los autoritarios soportan crispados aquello con lo que no están de acuerdo, como una concesión de época, sino de compromiso con la libertad de expresión y aquellos que verdaderamente la defienden. Reato nos endilga livianamente, llamativo en un periodista de investigación, “vivir mejor en regímenes autoritarios que destruyen libros y apalean autores” solo por el hecho de no exhibir su libro y tal vez algunas apologías del racismo y la dictadura genocida. Malas noticias, señor Reato: a pesar de su patoteada comunicacional y editorial defendemos la libertad y el pluralismo y lo seguiremos haciendo, y en esa defensa se encuadra nuestro propio derecho como libreros a elegir qué poner en vidriera y en mesas, precisamente para eso, para que ese tipo de régimen donde nosotros y miles de argentinos (no usted que tiene la capacidad del diálogo amable con el genocida condenado Videla, al que tolerante le estrechó la mano más manchada de sangre de la historia argentina) la hemos pasado muy mal, sea una posibilidad cada vez más remota, para que nadie prohíba libros, nadie persiga autores y nadie encarcele lectores. Para que no tengamos que andar preguntando, señor Reato, dónde está Santiago Maldonado.

No se engañe el lector, no se trata de falta de pluralismo lo que molesta a un Reato que se siente con poder de sometimiento, sino por un lado los carteles que encontró en nuestra vidriera recordando el genocidio de la dictadura del 76, y por otro un tema meramente comercial, de absoluta banalidad en torno al aspecto comercial de un libro, donde su autor se pone irascible y twittea represalias frente a una librería que no acepta como principio rector supremo la conveniencia comercial de destacarlo.

Señor Reato, no se ponga el traje del perseguido o el prohibido que molesta con sus textos y al que le esconden sus libros. Esa vestimenta le es extraña a un oficialista del poder dominante como usted. Nosotros, que seguiremos haciendo nuestra tarea y sirviendo sus libros a quien lo solicite (permítanos en nombre de la democracia y el derecho de opinión no recomendarlos), no escondemos nada, y si alguna vez escondimos libros fue para salvarlos en la noche más oscura de la jauría dictatorial que hoy en tiempos de democracia aplaude, reciclados sus partidarios, en sus textos. No hubo errores, no hubo excesos, son 30 mil los desaparecidos durante la dictadura cívico-militar.

* Propietarios de la Librería Hernández. 

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